SINO Y SIGNO - Cap II
¡Donde está Martínez! – gritaba Onetti, con su particular acento.
Eran casi mediodía y el asistente no había aparecido, lo que era muy extraño. Había planificada una asamblea general en la tarde debido a las crecientes quejas de la población, que reclamaba que la empresa de correos abría las cartas; pero ésta se adelantó sorpresivamente para las 9 de la mañana; ya que temprano, los carteros encontraron la puerta de la bodega abierta. Levantó algunas sospechas el único ausente: Tadeo Martínez.
Cuando llegó por la entrada principal al mediodía los cajeros lo observaban con atención. Subió rápido hasta el tercer piso y entró a la oficina un poco desarreglado por las escasas cuatro horas de sueño. Onetti lo presintió llegar, no lo llamó. Esperaba que apareciera insignificante por el umbral de su oficina. Al entrar, el supervisor estaba acompañado de dos personajes irrisorios: ajenos a la realidad de la empresa, de pantalones perfectamente estirados, pelo corto, uno llevaba anteojos oscuros y un bigote perfecto. Ambos traían una chaqueta corta y oscura. Uno anotaba en un pequeño cuaderno de apuntes, el otro con gesto de autoridad se tomaba las manos por la espalda y levantaba al mismo tiempo los talones de los pies con rostro inquisitivo sobre Tadeo.
- Buenos días – trató de decir Martínez. La oficina quedó en silencio.
- Buenas tardes – replicó Onetti, a la espera de que el personal policial diera el siguiente paso. Se alargó el silencio.
- Señor Tadeo Ireneo Martínez Funes? – preguntó el oficial de Investigaciones, sin tono interrogativo.
- Sí Señor? – quiso preguntar Tadeo.
- No sé si usted sabe pero hemos tenido algunas denuncias de gente que reclama que sus cartas fueron abiertas antes de ser entregadas. ¿Está usted al tanto?
No hubo respuesta. Tadeo comenzó a temblar imperceptiblemente, no trató de decir algo porque estaba seguro de que su voz se ahogaría.
- Hace dos semanas recibimos la denuncia de una importante cantidad de dinero que no llegó al destinatario. Hicimos el seguimiento desde el origen y descubrimos que la carta llegó intacta a esta oficina de correos…
Tadeo sintió la garganta apretada, los ojos comenzaban a brillarle y las piernas parecían estar flotando, se empezó a sentir mareado. La mano derecha estaba en su bolsillo; dentro de ella, apretada, la carta de la noche anterior.
- Por otra parte, el Señor Onetti nos llamó para informarnos que la puerta de la bodega apareció abierta esta mañana. ¿Tiene usted algo que informarnos?
A esa altura Martínez, el empleado lento, estaba entregado, sintió una gran presión en su cabeza. De repente, ante la sorpresa de todos extrajo un cigarro del bolsillo. Tomó fuerza:
- No Señor, no tenía idea.
Los policías miraron a Onetti, no hubo palabras, se despidieron dando la última mirada a Martínez. Cuando desaparecieron, Onetti se quedó en su escritorio, ésta vez sin ironía, sino un gesto de cruel desprecio, de duda.
- ¿Tiene Usted algo que decirme, Martínez?
Tadeo pensó en la noche anterior, en las tres cartas sin sentido, se imaginó la niña muerta en Montevideo. Trataba de adivinar por qué su padre no estaba con ella, por qué no dejó donde ubicarlo, si sufriría mucho él ahí, delante de sus ojos al saber la noticia, si ganaría por fin su aprecio. Pensó después por qué no había cerrado la puerta de la bodega la noche anterior. Finalmente pensó por qué no era capaz de escribir una buena historia.
- Martínez, ¿Sabe algo que yo no sepa?
- No señor.
- ¿No me va a explicar por qué llega a esta hora?
Recién en ese momento Tadeo levantó los ojos del suelo; había desaparecido la cara de ofuscación de Onetti, y se sintió alegre de que volviera la entrañable ironía en su jefe. Los cuadros en las murallas volvían a su sitio.
- Lo que pasa es que esta mañana… - alcanzó a responder.
- No importa – interrumpió Onetti – está despedido.
Eran casi mediodía y el asistente no había aparecido, lo que era muy extraño. Había planificada una asamblea general en la tarde debido a las crecientes quejas de la población, que reclamaba que la empresa de correos abría las cartas; pero ésta se adelantó sorpresivamente para las 9 de la mañana; ya que temprano, los carteros encontraron la puerta de la bodega abierta. Levantó algunas sospechas el único ausente: Tadeo Martínez.
Cuando llegó por la entrada principal al mediodía los cajeros lo observaban con atención. Subió rápido hasta el tercer piso y entró a la oficina un poco desarreglado por las escasas cuatro horas de sueño. Onetti lo presintió llegar, no lo llamó. Esperaba que apareciera insignificante por el umbral de su oficina. Al entrar, el supervisor estaba acompañado de dos personajes irrisorios: ajenos a la realidad de la empresa, de pantalones perfectamente estirados, pelo corto, uno llevaba anteojos oscuros y un bigote perfecto. Ambos traían una chaqueta corta y oscura. Uno anotaba en un pequeño cuaderno de apuntes, el otro con gesto de autoridad se tomaba las manos por la espalda y levantaba al mismo tiempo los talones de los pies con rostro inquisitivo sobre Tadeo.
- Buenos días – trató de decir Martínez. La oficina quedó en silencio.
- Buenas tardes – replicó Onetti, a la espera de que el personal policial diera el siguiente paso. Se alargó el silencio.
- Señor Tadeo Ireneo Martínez Funes? – preguntó el oficial de Investigaciones, sin tono interrogativo.
- Sí Señor? – quiso preguntar Tadeo.
- No sé si usted sabe pero hemos tenido algunas denuncias de gente que reclama que sus cartas fueron abiertas antes de ser entregadas. ¿Está usted al tanto?
No hubo respuesta. Tadeo comenzó a temblar imperceptiblemente, no trató de decir algo porque estaba seguro de que su voz se ahogaría.
- Hace dos semanas recibimos la denuncia de una importante cantidad de dinero que no llegó al destinatario. Hicimos el seguimiento desde el origen y descubrimos que la carta llegó intacta a esta oficina de correos…
Tadeo sintió la garganta apretada, los ojos comenzaban a brillarle y las piernas parecían estar flotando, se empezó a sentir mareado. La mano derecha estaba en su bolsillo; dentro de ella, apretada, la carta de la noche anterior.
- Por otra parte, el Señor Onetti nos llamó para informarnos que la puerta de la bodega apareció abierta esta mañana. ¿Tiene usted algo que informarnos?
A esa altura Martínez, el empleado lento, estaba entregado, sintió una gran presión en su cabeza. De repente, ante la sorpresa de todos extrajo un cigarro del bolsillo. Tomó fuerza:
- No Señor, no tenía idea.
Los policías miraron a Onetti, no hubo palabras, se despidieron dando la última mirada a Martínez. Cuando desaparecieron, Onetti se quedó en su escritorio, ésta vez sin ironía, sino un gesto de cruel desprecio, de duda.
- ¿Tiene Usted algo que decirme, Martínez?
Tadeo pensó en la noche anterior, en las tres cartas sin sentido, se imaginó la niña muerta en Montevideo. Trataba de adivinar por qué su padre no estaba con ella, por qué no dejó donde ubicarlo, si sufriría mucho él ahí, delante de sus ojos al saber la noticia, si ganaría por fin su aprecio. Pensó después por qué no había cerrado la puerta de la bodega la noche anterior. Finalmente pensó por qué no era capaz de escribir una buena historia.
- Martínez, ¿Sabe algo que yo no sepa?
- No señor.
- ¿No me va a explicar por qué llega a esta hora?
Recién en ese momento Tadeo levantó los ojos del suelo; había desaparecido la cara de ofuscación de Onetti, y se sintió alegre de que volviera la entrañable ironía en su jefe. Los cuadros en las murallas volvían a su sitio.
- Lo que pasa es que esta mañana… - alcanzó a responder.
- No importa – interrumpió Onetti – está despedido.
1 Comments:
Buenisima historia!
Muy buen idea escribir historias cortas!
Y para cuando llegaran las proximas?
S2.
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